En la tradición literaria argentina abundan los buenos escritores de cuentos, Borges, Wilcock y Bioy Casares por nombrar algunos, hoy les recomendaremos un libro de cuentos de este último autor, amigo de Borges, esposo de la escritora Silvina Ocampo y dueño de una pluma envidiable.
Desde el primer cuento nos percatamos que el camino va por el lado de la ironía, la fantasía y el final sorpresivo, en este primer cuento magistral que nos lleva a vivir en carne propia el sentir que tiene el narrador hacia su amigo encontrado en un pueblo francés, un sentir que confunde la incredulidad, la envidia y finalmente la amistad y el reencuentro con personas de nuestro pasado.
El cuento es el que le da el título al libro, “Una muñeca rusa” creo que logra sintetizar el espíritu de este libro, que nada tiene que ver con muñecas rusas, sino con el relato bien contado, como si de verdad te encontraras con un amigo que te cae muy bien y te relatara algo que te cuesta creer, pero que finalmente sabes que no tienes más opción que hacerlo, porque lo quieres y le guardas afecto.
Podría detenerme en cuentos buenísimos como “Catón”, donde se muestra la decadencia de un artista y su flirteo con la política, o el flirteo que pretende hacer la política aprovechándose del artista triunfador, este innegable matrimonio que se dio en aquella época entre arte y política en nuestros países con regímenes militares, donde era imposible no pertenecer a un bando.
También podría detenerme en “Bajo el agua” donde se habla del amor inalcanzable, de lo estúpido que somos frente a una mujer joven, inocente y enamoradiza y sobre todo donde se habla de nuestro estúpido afán por descubrir la fuente de la juventud, o la fuente de la estupidez, como deja claro este cuento.
Pero me detendré en el cuento que me pareció mejor tratado y mejor conseguido de todo el libro. El cuento “Apropósito de un olor”.
El contexto es simple, un edificio de pocos inquilinos, el argumento también es sencillo, un vecino comienza a sentir un nauseabundo olor que emana de alguno de los departamentos y no descansa hasta encontrar de donde proviene.
Todo lo que acontece a causa de este olor putrefacto va dando vida a la narración, y pasa por momentos donde nos hace soltar carcajadas, cosa que es dificilísimo en la literatura, más en un cuento donde no alcanzamos a familiarizarnos con un personaje cuando la historia se va terminando.
Estos son cuentos de la vieja escuela, esos que solo los argentinos saben contar, porque hay que admitir, lo nuestro es la poesía, lo suyo son los cuentos. Y no hay más que hablar.