La satisfacción más grande que me ha regalado la literatura hasta hoy, se dio el año 2013 cuando fui invitado por la comunidad jesuita de Bolonia a organizar un taller literario itinerante en el peregrinaje que organizaban los jesuitas cada año por el camino ignaciano.
El viaje lo realizaban jóvenes italianos de la comunidad Rete Loyola, al cual fuimos invitados junto a mi mujer a ser los coordinadores. Como los jesuitas sabían que había publicado una novela me pidieron diseñar una especie de taller donde tenía que preparar algunos textos e invitar a los peregrinos a que fueran escribiendo un diario de viaje, al igual que se escribieron los cuadernos de San Ignacio en su camino de conversión que luego conformarían la base de sus ejercicios espirituales.
Para la ocasión preparé tres textos que serían leídos en diferentes etapas de la travesía que iniciaba en el pueblo de Loyola y finalizaba en Monserrat y que se complementaba con algunos ejercicios de escritura, el primer texto que recité de memoria fue el primer día que inició el peregrinaje y ahora traduzco por primera vez al español y publico, seis años después de haberlo expuesto a los peregrinos.
San Ignacio y don Quijote, dos locos apasionados
Para iniciar nuestro camino quisiera llamar a la memoria a un personaje de la literatura española, qué digo, de la literatura universal, al gran Hidalgo don Quijote de la Mancha, símbolo de la pasión y del honor, como también de la locura.
Para muchos estudiosos de la novela de Miguel de Cervantes, el Quijote representa al conquistador español que viaja a América, pero no cualquier conquistador, sino aquel que fracasa en su empresa. En el inicio de la conquista muchos españoles vendían todo lo que tenían en la península ibérica y emprendían un viaje en búsqueda del honor y riquezas, muchos de ellos no conseguían recuperar la inversión y regresaban a la patria pobres, derrotados y muchos de ellos se volvían locos a causa de la ignominia. Cabe recordar que Cervantes escribe su célebre libro en la cárcel, justamente viniendo de una derrota en la batalla de Lepanto, donde fue herido en su mano izquierda y más tarde capturado y encarcelado por cuatro largos años.
Este mismo caballero derrotado, soñador y profundamente apasionado es nuestro Quijote, que cansado de su vida ya en su vejez, deja su hogar, su tierra e inicia un largo viaje en búsqueda de un ideal.
El hombre de armas que pierde el honor y queda marcado por la huella de la derrota, pasando por un extenso periodo de cansancio y reflexión y luego el hallazgo de su pasión, son elementos que también vemos en otro español llamado Íñigo López de Loyola, mas conocido como San Ignacio de Loyola.
San Ignacio en de la batalla de Pamplona recibe una bala de cañón que lo deja por meses en cama enfermo, en ese periodo de encierro y reflexión busca respuestas a tantas preguntas. Estas respuestas las encontrará en algunos libros, así el primer acercamiento de Ignacio hacia una vida espiritual fue gracias a un libro que contaba la vida de los santos.
En su cama, de seguro cansado y con un profundo sentimiento de derrota, encuentra consuelo en aquellos libros que hablaban de héroes de la vida real, no caballeros, no hidalgos, sino que personas que habían dejado su vida para seguir al que para ellos era el verdadero rey, el Rey Eterno. Aquí el primer punto que quiero resaltar, la historia de una persona que por acto de fe se convierte a una vida consagrada a Dios, después se convierte en una historia que lentamente va transcurriendo de boca en boca hasta transformarse en leyenda. Después esta leyenda se escribe en un libro para dejar testimonio de estos hombres y mujeres de Dios que termina inspirando a otros fieles.
La literatura podríamos decir fue la puerta para que Ignacio se acercara a una vida espiritual, no la Biblia ni ningún sacerdote o familiar cercano, sino que simplemente la biografía de hombres y mujeres que como él habían luchado por aquello que pensaban era justo luchar. Así como la lectura empedernida de incontables libros fue la culpable de la locura de don Quijote, podríamos decir que fue la culpable también de la “locura” de Iñigo.
En el capítulo sexto del Quijote, en el famoso incendio de la biblioteca de nuestro entrañable hidalgo, Cervantes realiza una clara alusión a la critica literaria de su época, y uno de los pocos libros que salva del fuego son los cuatro tomos del Amadís de Gaula, una de las obras caballerescas más famosas de la España del siglo XVI. Libro del cual era también admirador San Ignacio. El santo español, al igual que don Quijote o Alfonso Quijano como prefería llamarlo Borges, veían el personaje del Amadigi como un símbolo de las cuatro virtudes que tenía que poseer un caballero: lealtad, coraje, fuerza y generosidad. Dos hombres españoles casi del mismo tiempo, amantes de la guerra y la conquista del honor, además fascinados por las novelas caballerescas, se convertirían más tarde, siguiendo caminos muy diversos, en dos de los personajes más reconocidos de España.
Buscando algunas similitudes no tan obvias, se puede afirmar que la relación entre don Quijote de la Mancha y su compañero de aventuras Sancho Panza es claramente la relación entre la realidad y la imaginación o entre lo racional y lo irracional, en tanto en San Ignacio esto se puede ver como la relevancia que da al discernimiento entre el bien y el mal y la importancia de aclarar cuando se va en búsqueda del espíritu maligno o del espíritu Santo. Esta marcada dualidad que se encuentran tanto en el libro de Cervantes como en la espiritualidad ignaciana podemos marcarla como otro punto de conexión entre ambos personajes.
También podemos comparar las visiones de don Quijote cuando ve grandes molinos e imagina a sus gigantes, a las visiones que tiene San Ignacio cuando llega a Roma. Estamos en frente a dos personajes enfáticos, apasionados, extremistas, y que son capaces de dejarlo todo con tal de seguir un ideal profundo que cambiará sus vidas o le dará un verdadero sentido.
Claro está que no cualquiera que lea libros de Santos se convertirá en uno, ni que otro que lea tantos libros de caballeros termine volviéndose loco y creyéndose uno, pero sí hay una certeza, para las personas con pasión y decididas a realizar algo importante en sus vidas, es fundamental saber a quien seguir, a quien escuchar.
Recuerdo en este momento a San Agustín, cuando relata en sus confesiones que escuchando los himnos de San Ambrosio inició el camino hacia su conversión, en este caso no fue un libro sino un canto; cambia el formato pero los componentes son los mismos: una figura apasionada y lúcida que sigue una profunda convicción y un elemento que Dios deja en su camino, que puede ser un libro, un cántico, una pintura, una visión o simplemente un viaje aventurero por las tierras de don Quijote y de San Ignacio, como el que iniciamos hoy.
Rodrigo Ertti.
