¿Sabe que en su piso llegaron a vivir una italiana, una española y una sueca? Estas fueron las palabras que algún día me dijera el conserje del edificio en que vivía, y así partió una de las etapas más entretenidas de mi juventud, que terminaron materializándose en una novela.
Al igual que en mi novela que carece de un espíritu, de un alma propia o de emotividad alguna (como la mayoría de mis escritos), los conserjes sirven en los edificios para ser el hilo conductor de todos los relatos que se desarrollan al interior de una comunidad, la figura de este personaje que se encuentra apenas pasado el umbral de un edificio ya sea residencial o de oficinas y que sirve de ente intercomunicador entre todos sus habitantes y punto de conexión con cualquier agente externo al edificio, será la que analizaré en las siguientes líneas.
«Es el que tiene a su cuidado la custodia, limpieza y llaves de un edificio». Definición de la RAE para la palabra conserje.
La figura de esta persona que custodia un edificio y que para muchos puede pasar completamente inadvertida porque estamos tan habituados a ella, no lo será para otros que han vivido en lugares donde este concepto se ha prácticamente extinguido. En muchos países de Europa o incluso Estados Unidos, lo normal en los edificios residenciales por ejemplo es que no haya conserjes, esto se suplanta con sistemas de casillas con llave para la correspondencia y con el mínimo personal que viene una o dos veces por semana a ocuparse del aseo y que generalmente son inmigrantes.
Mi experiencia cuando viví en España e Italia fue la de ver edificios desolados, donde además nadie interactuaba con sus vecinos, nadie te saludaba por las mañanas y nadie te decía cuando había algún problema en el edificio ni ninguna noticia por nimia o importante que fuera. En Venecia vivimos junto a mi mujer en un edificio de dimensiones muy pequeñas, como la mayoría de los edificios de la ciudad, pero que tenía la particularidad de tener antejardín, algo insólito en Venecia donde los pocos jardines se encuentran en la parte posterior (patios) no en la delantera que por lo general son de fachada continua y con acceso directo a la “calle” o fondamenta que son estas especies de veredas que rodean los canales venecianos. Uno cruzaba el antiguo muro de ladrillos con reja de fierro forjado y veía un añoso árbol, luego se pasaba por un pequeño sendero y ahí te saludaba siempre con una cariñosa sonrisa el señor Livio, un anciano orfebre de grandes proporciones que tenía su pequeño taller en el piano terradel edificio. Tengo el vívido recuerdo de su rostro que brillaba como el de un hobbit o personaje de cuento que parecía no caber en su pequeño taller en el cual pasaba por horas y horas. Si bien el señor Livio no era el conserje, cumplía casi las mismas funciones, le otorgaba un alma al edificio. Fue el único que nos dio la bienvenida cuando llegamos, nos contó el resumen de la vida de sus pocos habitantes, nos habló de la familia que vivía en el tercer piso, un arquitecto que trabajaba en el comune de Venecia (municipio) y su mujer secretaria del rector de la Universidad de Arquitectura, la universidad donde yo estudiaba, y que en el segundo piso vivía una misteriosa japonesa, nadie sabía a que se dedicaba ya que apenas saludaba y nunca habría sus ventanas. Era común llegar a toda hora y ver a este personaje trabajando en su taller y que siempre salía a tu encuentro para intercambiar un par de palabras, con excepción de un día que encontré al señor Livio en el jardín y no me saludó, estaba sentado en una silla de playa mirando silenciosamente hacia el cielo, luego sin abandonar su postura y sin siquiera mirarme intercambiamos unas escuetas palabras, esto se repitió un par de días y al tercero recibimos la noticia de que el alma del edificio había fallecido la noche anterior.

En Chile lejos mi mejor experiencia fue con la entrañable Uberlinda, “la ube” para todos los habitantes de Ismael Vergara 318, un edificio señorial ubicado a pies del parque Forestal, que cobijara en el pasado figuras tan atractivas como el coleccionista Joaquín Gandarillas que poseía dos pisos completos del edificio, en uno vivía mientras que en el otro guardaba una de las colecciones de arte colonial más grande de nuestro país, o en el último piso un departamento que perteneciera al secretario general del partido socialista en el periodo de la Unidad Popular, Carlos Altamirano y que después ocupara don Roberto Donoso, también de la cúpula del partido y primo del célebre pepe Donoso. De todas las figuras que han pasado por ese edificio para mi sin duda la más atractiva no es ni el coleccionista, ni el político exiliado ni la afamada fotógrafa, sino que es sin duda la ube, una señora de unos setenta años, de apariencia distante y que luego de conocerla te das cuenta que es la cuidadora del edificio y protectora de todos sus habitantes, ya que además de saber todo sobre él, podría llegar hasta derribar una puerta con tal de auxiliar a alguien en apuros. Y eso me consta.
A lo largo de la Historia la configuración espacial de la vivienda ha ido influyendo en cómo se desarrolla la vida de las familias dentro de ella, la configuración de pasillos por ejemplo, un invento más o menos moderno ya que antes la comunicación entre piezas era directamente a través de una puerta, o el cambio que se dio en Chile sin ir más lejos de pasar de la casa tradicional chilena con patio central y configuración perimetral al conventillo con patio de tierra y las viviendas alrededor y luego al cité, que son estos pasajes largos y angostos con las casas distribuidas a sus costados. Todas estas evoluciones en la vivienda sin duda han ido variando el habitar y el funcionar de sus habitantes, así que el hecho de tener o no una persona inmediatamente al acceder a un edificio, si bien no es un cambio espacial, sí es un cambio importante de cómo funciona la vida al interior de estos inmuebles.
Tal vez -y esto ya sería para un estudio sociológico- el hecho de que muchas de las sociedades de países desarrollados que por razones ya sea económicas o prácticas han ido eliminando el concepto del conserje en sus edificios, haya influido mínimamente -o quizá no tan mínimamente- en que se terminen convirtiendo en sociedades más individualistas, con menos relaciones interpersonales entre sus inquilinos y que ya el solo hecho de encontrarse en una escala sea un momento incómodo o desconcertante para muchos.
Cierta o no mi teoría, espero que al menos en esta parte del mundo siga existiendo ese personaje quizá no tan imprescindible desde el punto de vista práctico, pero tan necesario desde el punto de vista humano, que al igual que en mi libro sirve para hilvanar las ciento o miles de historias que se desarrollan en un lugar delimitado por fríos muros y losas y que otorgan de calidez y muchas veces sensatez, a una sociedad que cada día la pareciera estar perdiendo de manera exponencial.
Rodrigo Ertti.