Faltan pocos minutos para que se acabe la fatídica fecha del 23 de enero del 2018, bastante se ha escrito desde esta mañana sobre el poeta, proliferan los posteos en las redes sociales, los que se dicen ser amigos cercanos del poeta hablando en televisión y radio, y sobre todos los que dicen sentirse apenados por su partida, como si 103 años fueran pocos para tanto cariño y respeto que el pueblo tenía por su querido antipoeta.
Mañana de seguro las librerías van a sacar a relucir los libros de Parra en sus vitrinas, los editores de la UDP estarán contentos porque las ventas subirán, otros seguirán hablando, sobre todo los autodenominados “amigos cercanos” y el jueves culminarán las ceremonias con el entierro del poeta en las costas de la quinta región.
Espero sinceramente que todos esos posteos lagrimosos, todos esos sentimientos profundos aguanten el devenir de los días y hagan lo fundamental que hay que hacer con todo gran poeta: leer y conocer su obra. Sobre su obra, o mejor dicho sobre la evolución de su obra es que quiero dedicar este artículo.
Corría el año 2014 y en Chile se lanza el libro Estudios Públicos, 100 años de Parra, compendio de ensayos, artículos y homenajes dedicados a la obra del antipoeta. El libro es una joya por donde se le mire, ya que concentra a todos los estudiosos especializados en su obra, de los que recuerdo resalto el homenaje de Raúl Zurita, el ensayo de Juan Guillermo Tejeda “La simpatía de Nicanor Parra” y mi texto favorito de todo el libro, escrito por Leonardo Sanhueza titulado “Nicanor Parra, profesor”, donde el poeta y cronista temuquense recuerda las clases de Parra en la escuela de ingeniería de la Universidad de Chile por los años 90, donde tuvo el privilegio de ser su alumno.
En el libro abundan los temas dedicados a la relación de la obra del antipoeta con la política, sobre todo en los ensayos de Niall Binns y Matías Ayala. De estos dos ensayos se puede concluir lo siguiente: Parra murió el mismo año que Neruda, en otras palabras, Nicanor Parra muere cuando comienza la dictadura militar en Chile.
Ninguno de los autores lo dice categóricamente, pero si lo hacen entrever y luego recalcan su renacimiento en los años 90 con el retorno de la democracia y el poeta convertido en una especie de poeta oficial de Chile, aquí es cuando vendrán los premios, los homenajes, el reconocimiento internacional y todo lo demás.
Como lo comenté en mi blog hace dos días atrás (antes de la muerte de Parra), cuando subí una de mis anotaciones escritas a máquina con referencia a esta muerte literaria y no corpórea que cifra la fecha de 1973 como la muerte de Parra, o mejor dicho la de 1972, lo conecté con la categórica sentencia de Ricardo Piglia cuando comentaba que Borges murió en 1955, el año que quedó completamente ciego, porque ahí se murió el gran Borges, el Borges que no paraba de corregirse, editarse, todo para buscar la mayor exactitud en su prosa y que nunca volvería a ser el mismo.
La obra de Parra tiene su inicio en el año 1954, porque aunque sabemos que su primera aparición en el mundo literario se remonta a 1939 con Cancionero sin nombre, es con la publicación de Poemas y antipoemas que logra mayor notoriedad y sobre todo se posiciona como un poeta renovador de la poesía chilena. Poemas y antipoemas era de cierta manera una contracara a las odas elementales de Neruda publicadas el mismo año, una especie de terremoto en la poesía chilena que venía a salvarla del reumatismo que padecían nuestras letras, como declararía Parra años más tarde, motivo por el cual había emprendido una búsqueda hacia el pasado para encontrar el punto en que la poesía de nuestra lengua había perdido su fuerza, la conexión popular, y encuentra ese quiebre en el Renacimiento.
Luego vendrían publicaciones como La cueca larga (1958) Versos de salón (1962), Manifiesto (1963) Obra gruesa (1969) mismo año que recibió el premio Nacional de Literatura hasta llegar al año 1972, año que publica Emergency Poems y Artefactos.
Artefactos se salía del formato meramente literario, que de hecho no venían publicados en un libro sino que en 200 postales, casi todas acompañadas con ilustraciones, dibujos, imágenes o fotos y con la letra del poeta como especie de firma de autoría. En otras palabras, era los “memes” de Parra, adelantados unas décadas antes de su creación.
Como su autor lo aclaró en un sinfín de oportunidades, sus artefactos fueron la explosión de los antipoemas, todo se desintegró y llegaron a convertirse en micro poemas o poemas visuales, concentrando todo su poder imaginativo, irreverente, provocador y su capacidad de ironía incombustible que lo acompañó durante toda su vida. Después de esto vendría un prolongado silencio.
Neruda murió pocos días después del golpe militar, y debido a su militancia en el partido comunista y su anterior candidatura presidencial, obviamente se convertiría en un blanco de la dictadura, pero Nicanor Parra por el contrario, parecía a primera vista una persona absolutamente alejada del mundo de la izquierda. Sobre todo porque luego del impasse que tuvo con la señora de Nixon, visita inoportuna o montaje creado por la CIA como confesaría su nieto, lo cierto es que esto significó un divorcio entre la izquierda y el antipoeta, no solo con Cuba al expulsarlo como jurado de la Casa de las Américas y su declaración de persona non grata, sino que también de la izquierda chilena y latinoamericana.
Desde su pelea con el mundo de la Unidad popular, Parra se retrae en su casa de La Reina y se esfuma de la escena cultural chilena, luego con la dictadura su reclusión auto impuesta se hace más severa, viendo al poeta en breves apariciones internacionales, como la de 1987, cuando es entrevistado en España y donde claramente Parra rehúye de las preguntas de la periodista cuando esta le consulta por su posición frente a la dictadura de su país. Al cuestionamiento de si un poeta o un escritor debía tomar una posición política frente a las injusticias acontecidas como el de una dictadura, Parra rehúye diciendo que su postura es una postura ecologista y profundiza una y otra vez sobre el tema, aclarándole que él estaba en búsqueda de un compromiso ecológico, una poesía que abriera las mentes del mundo que se estaba convierto en meros artefactos, en un televisor, en un automóvil, o sea que nos estábamos llenando de chatarra. Además, hace la aclaración que no solo se refiere al punto de vista ecologista como animalista o proteccionista del medio ambiente, sino que, de una ecología social y humana, algo por lo demás muy adelantado para la época. Pero por alguna razón no contestó el motivo de su “falta de compromiso social” frente lo que se estaba viviendo en su país.
Posteriormente se conocería que los servicios de inteligencia en el periodo de dictadura amenazaron en más de una ocasión a Nicanor Parra, sin ir más lejos quemaron una carpa donde se realizaba una obra teatral dedicada a una de sus obras y luego su casa en Las Cruces sufriría otro incidente, ambos provocados por “desconocidos”. Ya fuera por estos amedrentamientos o por su distanciamiento con el mundo de la izquierda o simplemente por su postura apolítica, que ya entraríamos en el mundo de las elucubraciones, lo cierto es que su poesía no tuvo ni la fuerza ni el ímpetu de décadas anteriores. Publicando en 1977 Sermones y prédicas del Cristo de Elqui y luego Chistes para desorientar a la policía poesía (en su época claro está no aparecía la palabra policía) y Hojas de Parra (1985). Obras que sin duda contenían cierta crítica a lo que estaba pasando en la época, pero en modo de cifrado, oculto, como la palabra «policía».
Sin duda Parra estaba en contra de la dictadura o al menos no la apoyaba de ninguna manera y si no hacía evidente su rechazo era para defenderse a sí mismo y sobre todo a su familia de las represalias o consecuencias que esto le pudiera acarrear, esto desde ningún punto de vista se le puede criticar, o por lo menos no seré yo el que lo haga, aquí lo que está en cuestión es que la calidad de su obra bajó de nivel considerablemente, o dejó de tener la claridad y lucidez de la que gozó en las décadas del 50-60 hasta inicios del 70. No sería hasta el año 2006 cuando vemos el regreso del poeta irreverente y provocador cuando el poeta decide colgar a todos los presidentes de Chile en su exposición en el museo de la Ciudadanía, justo ubicado bajo el palacio de gobierno.
Más allá de las conjeturas que se pueden hacer entre la repercusión que tuvo la dictadura militar sobre la obra de Parra, prefiero quedarme con la idea que sus Artefactos fueron de alguna manera el punto máximo de su obra, su cúspide poética literaria, la cual sería imposible repetir, algo también aplicable a la obra de Borges, ya que después de El Aleph o de Ficciones, con vista o sin ella era difícil superar ese nivel de genialidad, incluso para Borges. La búsqueda poética en sus artefactos se relaciona directamente con la búsqueda en lo visual y lo conceptual que tuvo Juan Luis Martínez en La nueva novela, ambos claramente influenciados por el Dadá de Duchamp y el pop Art de los 70.
Lo que no está en duda es que la obra de Parra le sirvió a la poesía de nuestra lengua para regenerarse, a encontrar en su relación con el hablante popular la vivacidad que la poesía en castellano había perdido desde hace siglos, pero que por momentos como en Hombre imaginario, pareciera conectarse no solo con el hablante popular sino que con el ciudadano de toda una generación, no solo de una lengua, no solo de una país o un continente, sino con la generación de todo el siglo XX, independiente de su color político, su color de piel o forma de pensamiento.
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