En un mundo donde abundan los aparatos digitales y que todo pareciera estar invadido por las nuevas tecnologías me rehúso a ese mundo y opto por la imperfección de lo analógico, me refiero a esos aparatos denominados por algunos como vintage, pero que para mi están lejos de ser una moda o un estilo, sino que una forma más auténtica de percibir la realidad.
Pongo como primer ejemplo el sonido de un tocadiscos, donde la aguja recorre los surcos del vinilo y transporta la señal a un pre-amplificador, luego a un amplificador para llegar a los parlantes y finalmente a nuestros oídos, un verdadero viaje sonoro. Una de las cosas que identifican su particular sonido son los ruidos provocados por impurezas o suciedad del disco, que muchos dicen convertirlo en un sonido más cálido, auténtico, comparado con el sonido pulcro y «sintético» del formato digital, sea mp3, CD, etc.
A esto lo podríamos denominar la «perfección de lo imperfecto», ahora estoy escribiendo estas líneas en una antigua máquina de escribir (1) y ya desde escuchar el particular sonido del tipeo hasta ver el resultado en la hoja de forma irregular, para mi es un sentimiento cercano a la perfección. Además de que en cierta forma creo ayuda a la creación literaria, tal como decía Günter Grass cuando se refería a que el computador iba a matar a las nuevas generaciones de escritores, debido a la infinita autocorrección eliminando el primer error del manuscrito.
Si esto lo trasladamos a otros campos nos percatamos que algo similar nos está ocurriendo en las relaciones interpersonales, estamos de cierta manera digitalizando nuestras relaciones y me refiero a un sentido mucho más profundo del mero uso del celular o de las redes sociales, sino que a un sentido de entendernos y relacionarnos con el mundo exterior. Mas ahora en tiempos de pandemia que se convirtió ya en una necesidad esto de vernos a través de pantallas.
Pero la digitalización de las comunicaciones comenzó hace mucho antes que la pandemia, quizá sea algo más ligado al individualismo del mundo occidental, a la búsqueda de la efectividad, a llevar todo al ámbito de los números y las utilidades como si de un proceso de convertir todo en 0 y 1 se tratara, incluso cuando se trata de cómo y con quienes nos relacionamos. La pulcritud o exactitud de lo digital se traspasó incluso a nuestra forma de pensar, convirtiendo las sociedades en sociedades sintéticas, plásticas, sin vida.

El mismo formato libro que algunos vieron amenazado tiempo atrás con la llegada del ebook, goza hoy un buen pasar ya que a los lectores nos cuesta cambiar las suaves hojas del papel y su textura por la de una pantalla brillante carente carisma y originalidad, sobre todo si se trata de libros de especial cuidado en su manufactura, como por ejemplo los de la casa editorial Damocle de Venecia que tuvimos la suerte de conocer hace algún tiempo y que los fabrica a mano y siguiendo las pautas de las ediciones clásicas.
Contrapongo caminar al trasladarse por la ciudad en automóvil por ejemplo, es mucho más “análogo” caminar bajo los árboles y ver a los ojos a los demás transeúntes, que ir arriba de un artefacto de fierro y vidrios observando todo a lo lejos. Son rituales que para mí tienen un amplio significado, y por esta razón creo tenemos que continuar en la senda de regresar a lo «analógico» en el más amplio sentido de la palabra.
Algunos me llamarán romántico, amante de todo tiempo pasado o peor aún “vintage” pero creo que también muchos entenderán mi mensaje, que no es un mensaje de salir a comprar al persa antiguos cassette, VHS ni piezas de colección, sino que volvamos a disfrutar del rito. El rito de sentarse a escuchar música, el rito de escribir a máquina, o de revelar una fotografía con químicos en un cuarto oscuro y luego dejarla secando para que aparezcan las figuras sobre el papel resina.
Aquí hago un paréntesis, que ayudará a reforzar este contraste entre los aparatos que usamos y la vida que llevamos en la actualidad, ya que nadie puede negar que la calidad de una fotografía análoga en blanco y negro, se compara con una digital de la más alta gama de cámaras réflex digitales, esto porque la profundidad del negro como la pureza de los contrastes en una fotografía digital nunca llegará a la de una análoga. Lo mismo para los discos de vinilo, que ahora existen los famosos DAC para convertir la música de digital a análoga. Pareciera una broma macabra, que después de tantos años nos dimos cuenta que la mejor calidad estaba en el pasado y no el presente.

También está todo lo que rodea el mundo de los formatos físicos, los mercados, los pequeños negocios, algunos en vías de extinción como los rollos fotográficos o la cinta de máquina de escribir, y que te obligan a buscar las tiendas especializadas que aún existen, o buscar a través de contactos datos de personas que estén vendiendo una pieza que te sirva. Para qué hablar del mundo del vinilo, cuando tengo la oportunidad de ir al Persa Biobío en los galpones de la música disfruto como un niño buscando esos discos de los años 70 u 80 que conservan la calidad de grabación análoga de principio a fin, porque déjenme aguarles las fiestas a los que piensan que las reediciones de vinilo que aparecen en nuestros días son de buena calidad, ya que muchas veces son timos ya que provienen de grabaciones digitales.
Nadie pone en duda las ventajas del mundo digital, el hecho de tener fotos y música ilimitada al alcance de la mano es impagable, yo mismo soy usuario de compañías de música en Streaming, porque no me puedo llevar mi tocadiscos en el metro, el problema es que todos los excesos son malos, y el exceso del mundo digital nos ha alejado de estos rituales que antes eran parte de la vida cotidiana y que te conectaba de cierta manera con gente que compartía tu misma afición. De alguna manera nos hemos ido quedando «en cuarentena» mucho antes que la misma pandemia llegara, o mas bien dicho quedándonos cada vez mas en la comodidad de nuestras casas y perdiendo ese contacto con la persona que atendía el local fotográfico, el dealer que te abastecía de la música, el viejito de la librería que te vendía la cinta para tu máquina y un largo etc.
En resumen podemos afirmar que el mundo digital nos ayudó para albergar grandes cantidades de información y al acceso de un click, pero el precio que tuvimos que pagar fue perder en calidad, no solo en calidad de imagen, sonora o visual, sino que en la calidad de nuestras relaciones y nuestra forma de movernos y relacionarnos con el mundo.
Prefiero tomar un libro en mis manos hojearlo y leerlo
Escribir en mi antigua máquina de escribir
Esuchar mis discos de vinilo
Mi cámara Polaroid
Mis caminatas por el Forestal
Sentarme con una amiga y gozar de una buena conversación
El café de grano molido al instantáneo
El vaivén de un tren
Enviar una postal por correo
Vivir cada momento como si se tratara del último día en esta Tierra.
(1) Para leer este artículo en su versión en manuscrito pinchar aquí: PDF

Les dejamos dos exposiciones de Daniela Abatte y María José Albornoz que hablan en cierta manera de este mundo que hemos ido perdiendo progresivamente, relatos de las galerías santiaguinas y una exposición de fotografías sacadas con una cámara réflex.
Rodrigo Ertti.